lunes, septiembre 29, 2008

PSICOLOGÍA DE LA CRISIS

La crisis global de los mercados financieros tiene que ver con el comportamiento humano. El organismo regulador bursatil en los EEUU acaba de prohibir las denominadas operaciones al descubierto, “short selling” en inglés. Estas operaciones de compra y venta de acciones en bolsa se caracterizan, en primer lugar, porque no hay nada que comprar o vender, más que el nombre de los títulos bursátiles. Eran (y son) operaciones basadas en la creación de expectativas, esencialmente expectativas negativas. En las operaciones al descubierto, un broker bursátil ofrece acciones a un comprador. Esas acciones no son suyas, ni siquiera las tiene, sino que las ha pedido prestadas al titular a cambio de una comisión. El broker las vende al comprador por una cantidad, comprometiéndose a comprarlas en cuanto bajen a otra determinada cantidad pactada de antemano. Por ejemplo, el broker vende a 1000 comprometiéndose a recomprar a 800. Si las acciones suben, el comprador gana sobre los 1000 que ha pagado y el broker no pierde nada más que la comisión; si las acciones bajan el comprador sabe que no va a perder por debajo de los 800, porque ya ha pactado quitárselas de encima con el broker cuando lleguen a esa cifra. En ese momento, si las acciones bajan a 800, el broker recompra las acciones por 800 euros y se las devuelve a quien se las prestó. El resultado es que el broker ha ganado 200 euros, el comprador los ha perdido y la empresa titular de las acciones (o su representante financiero) ha ganado su comisión. Toda la operación está basada en que la ganancia de los financieros involucrados descansa en una situación de pérdida, de caída del precio de las acciones en el mercado. Es la expectativa de que otro pierda (el titular de las acciones) para que uno gane (el financiero).

Cada año contemplamos como bancos y entidades financieras establecen su umbral de beneficios en un crecimiento de aproximadamente un 20% sobre el año anterior. Esas son muchas ganancias y mucha presión sobre sus directivos para obtenerlas. El hiper-sueldo del directivo financiero está íntimamente ligado al rendimiento, también financiero, que sea capaz de obtener para su corporación. Lo que se ha descubierto, es decir, lo que se ha hecho ahora más público sobre lo que en realidad ya llevaba varias décadas sabiéndose, es que la capacidad competitiva de obtener rendimientos en las corporaciones financieras venía ligada a la capacidad para generar riesgo. Quien más se arriesgaba más ganaba si tenía finalmente éxito. Este comportamiento temerario es intrínseco a las hipotecas basura.

Las hipotecas basura ya eran basura en el mismo momento de constituirse. Cuando se las inventaron todavía no eran productos financieros, sino de crédito. Alquien con un riesgo elevado de no poder hacer frente a una hipoteca recibe una hipoteca. La razón a mis ojos para esta imprudencia es bien sencilla. En un momento en donde la burbuja inmobiliaria era de tal magnitud y la rentabilidad de los mercados financieros respecto del mantenimiento de esa burbuja era de tal proporción, fue necesario que la máquina del endeudamiento de la población, la máquina de conceder hipotecas, continuara funcionando. Como la mayoría de las familias de clase media ya tenían una o dos hipotecas y las familias de clases acomodadas tres o cuatro, había que recurrir a una gran capa de población ante la que tradicionalmente los ordenadores de las entidades de crédito lanzan alertas en color rojo al introducir los parámetros de la ecuación de riesgo hipotecario. Algunas entidades bancarias pusieron la mira en un nuevo conglomerado poblacional, las familias de bajo nivel económico. Desde luego, también tienen derecho a las hipotecas y precisamente ahí no reside el problema. Esos bancos engendraron un producto de alto riesgo, unas hipotecas que a cambio de cobrar mayor interés al endeudado ciudadano le concedían más deuda sin pedirle demasiadas garantías. Si todo se hubiera quedado ahí, el riesgo habría estado controlado. El único que sufre por un alto índice de morosidad cuando una población de riesgo deja de pagar es el prestamista, es decir, los bancos que han operado con hipotecas subprime. Sin embargo, los financieros que deben cumplir con una rentabilidad anual irracional están constantemente diseñando productos que materialicen sus desproporcionados objetivos de negocio. 

Con las hipotecas basura las imaginaciones del Wall Street neoyorkino o de la City londinense se alimentaron de un nuevo estímulo. La ocurrencia fue empaquetar millones de hipotecas en productos financieros titulizados (como las acciones bursátiles, para entendernos) y revenderlos. Lo que se vendía, por tanto, era riesgo. Y riesgo muy elevado, porque la garantía de base de esas hipotecas era sólidamente débil. De manera que el mismo broker que hacía operaciones al descubierto apostando a la baja de las acciones, podía vender participaciones en un fondo hipotecario augurando una rentabilidad, esta vez al alza, resultado de la especulación en la venta de títulos. Un título vale 1000 si usted paga 1000 por él, pero después usted querrá venderlo por 1100 para obtener una ganancia. Pues así es la cosa. Esos títulos recauchutados sobre hipoteca basura, por supuesto bautizados con nombres esotéricos como fondo imperator o fondo lisérgicus, eran vendidos y revendidos sobre un cimiento desprovisto de garantías. Cuando en algún momento aleatorio un determinado porcentaje de hipotecados deja de pagar y no puede respaldar el impago con nada, el banco que les concedió la hipoteca aumenta su riesgo. Eso no es nada, porque se hundirían dos bancos. Lo peor es que todos los instrumentos financieros titulizados a partir de esas hipotecas que se han colocado a escala global esencialmente se han quedado sin la cobertura anémica que tenían. Así, no sólo los inversores sino los operadores de esas inversiones estarían, como decirlo, descapitalizados. 

La generación de riesgo financiero para lucrarse a corto plazo es el patógeno de esta crisis. Sin embargo hay otro elemento más espeluznante todavía, y tiene naturaleza moral. En el momento de diseñar los instrumentos financieros con que se ha especulado no se ha dudado ni tenido en cuenta si aquello sobre lo que se soportaban las apuestas eran materias primas o bienes de primera necesidad. Es como si directamente se hubiera diseñado un mercado financiero internacional que especulara con riñones o hígados para transplantes. El impedimento para que eso no se produzca, para que nuestros riñones no sean titulizados por una compañía de Wall Street, es que están sometidos a una estricta regulación sanitaria. La regulación desde una perspectiva de seguridad nacional es la única manera de evitar crisis como ésta en el futuro. Porque si los hipersalarios de un grupo de señores que maneja las altas finanzas globales dependen de que usted o yo nos quedemos sin casas o sin riñón, usted y yo nos quedaremos sin casa y sin riñón. 

De todas las informaciones que vamos conociendo sobre las conductas temerarias de profesionales y especuladores que nos han llevado a esta crisis global, lo que menos claro aparece es cómo se ha detonado. Es decir, cuál ha sido el momento y las circunstancias en que se desencadena la cascada de explosiones que acaban precipitando la debacle. Hay una teoría muy seductora que apunta a que han sido las entidades financieras menos contaminadas las que han creado las condiciones para precipitar que las empresas más expuestas al riesgo fueran cayendo una tras otra. Esa hipótesis coindiciría con una especie de operación de limpieza en el sector, tanto en el financiero como en el inmobiliario. El resultado a corto de esta traumática operación de desinfectación del sistema financiero sería lo que estamos viviendo, es decir, un terremoto capitalista sin precedentes. Sin embargo, el escenario a medio y largo plazo sería que un número más reducido de potentes entidades, de empresas saneadas que han absorbido los restos y el botín del naufragio de las contaminadas, dominarían la economía occidental para poder competir con las economías emergentes de China y la India. El costo de la operación lo pagarían los de siempre, es decir, los ciudadanos de las capas menos favorecidas en la población. Con buena probabilidad no sabremos nunca si esta hipótesis es cierta. En cambio tenemos constancia de que uno de los detonantes esgrimidos para la crisis por los analistas es la burbuja inmobiliaria, un explosivo volatil que cualquiera que paseara a diario por nuestras calles infladas de inmobiliarias tenía claro que iba a detonar. 

(publicado en El Correo, 28 septiembre 2008)





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