jueves, septiembre 21, 2006

NATASCHA KAMPUSCH

Andrés Montero Gómez

Es significativo que estuviera secuestrada durante ocho años, pero todavía más que el secuestro se produjera cuando tenía diez, y que ahora tenga dieciocho. Antes de la pubertad y hasta la adolescencia tardía, el ser humano va acondicionando las bases de lo que constituirá su personalidad. En esa década del desarrollo, la personalidad se va conformando por diferenciación con el entorno, con los otros, y por interiorización de los límites que transmite la socialización, proceso de diferenciación que tiene precisamente su máxima expresión en la adolescencia.

El secuestrador de Natascha Kampusch se suicidó ante las expectativas de ser arrestado por la policía cuando la niña, a la que había mantenido cautiva durante casi una década, escapó. Ahora Natascha Kampusch quiere que se respete su intimidad. Entre el desorientador maremágnum mediático, Natacha nos está dando algunas pistas de cuál ha sido su estado psicológico durante estos años de cautiverio. Cuando ha tenido la oportunidad de escapar de su raptor, ha huido. Ella sentía que aquél no era su lugar. Sin embargo, allá adentro, en el agujero de su secuestro, los referentes son otros. A lo que tenía más miedo en ese aislamiento era a la soledad. Lo ha confesado ella. Quería estar con su secuestrador antes que permanecer incomunicada. Es decir Natascha tiene conciencia de que la década privada de libertad era una anomalía. No obstante, no desvelará detalles íntimos o personales de su relación con el secuestrador. Había algo personal.

Numerosa prensa y expertos ya se han apresurado a etiquetar su comportamiento actual como el síndrome de Estocolmo. A los humanos civilizados nos encantan las etiquetas. Una vez hemos encontrado el nombre para encerrar un comportamiento, nos tranquilizamos. Ya tenemos la explicación y entonces podemos pasar a otra cosa. Pero la realidad es más compleja que la simplicidad de nuestros cajocintos de nombres.

Natascha confiesa que su secuestrador formaba parte de su vida. Y formaba una parte tan importante como que en los años en los que el resto de niños están dedicándose a empaparse de comportamientos sociales a partir de los referentes paterno, materno y grupales, ella estuvo aislada y tomando como único referente a un criminal. Si tuviera que hacerme una impresión diagnóstica en la distancia, a través de sus declaraciones, diría que bastante centrada y orientada está la niña. Es cierto que, a nuestro oído de adultos libres, desentonan alguna de sus declaraciones, pero hay que considerar el marco en donde se están produciendo y, sobre todo, analizarlas muy bien.

No hay síndrome de Estocolmo en Natascha sencillamente porque es una niña. El síndrome de Estocolmo es una respuesta paradójica que se produce en adultos como consecuencia de la exposición a un trauma. Un secuestrado se vincula emocional, mentalmente, al criminal para adaptarse a la violencia que está sufriendo. Posteriormente defenderá al criminal y, más que defenderlo, comprenderá su conducta, comprensión que a los demás nos parece inaudita. En el caso de una niña de diez años, no obstante, la búsqueda de refugio y protección en el secuestrador no es paradójica sino completamente natural. Donde en un adulto la promoción del apego con el criminal sería paradójica, en un niño es el comportamiento más esperable. Tal certeza es incluso más rotunda cuando la niña, en este caso, ha padecido ocho años de aislamiento, durante la implantación de los cimientos de su identidad, en la etapa tan sensible de la adolescencia, con el único referente interpersonal de su captor.

Ella no quería que la hicieran daño y no quería estar sola. Durante ocho años construyó una relación personal con su secuestrador, relación que no le impidió huir de él en cuanto tuvo ocasión. Lamenta su muerte, como es natural. Ha crecido con él, ha entrado en la adolescencia con él, tuvo su primera menstruación con él, desayunaba y miraba la televisión con él. Nos parece una contradicción que se compunja ante la muerte del secuestrador o que declare que era una relación de iguales la que mantenían, pero que al mismo tiempo estuviera privada de libertad. De entrada, esa contradicción debería ser contextualizada en la interiorización que una niña tiene de la libertad, cuando ni siquiera muchos adultos conocen realmente el significado de este término tan complejo. La libertad de un niño no está relacionada con la toma de decisiones autónomas, como en los adultos, sino con el logro de prestaciones por parte de esos mismos adultos.

Es inaudito valorar las reacciones de Natascha Kampusch como si fuera una persona adulta privada de libertad durante casi una década. Ha sido una niña aislada y secuestrada por un hombre en el segundo período más crítico del desarrollo en un ser humano. A la luz de estas condiciones, el comportamiento que ha difundido la prensa sobre ella parece, incluso, maduro y sensato.

(publicado en El Correo, 1 septiembre 2006)

Etiquetas:






<< Inicio

This page is powered by Blogger. Isn't yours?

Suscribirse a Entradas [Atom]