miércoles, diciembre 13, 2006

LA INSENSATEZ DE LOS HIJOS-AMIGOS

Andrés Montero Gómez
Que un adolescente pegue a un profesor tiene mucha relación con la fallida educación proporcionada por sus padres. Un alumno propina una paliza a un compañero en el colegio o le acosa o amenaza a un profesor y enseguida pensamos que se trata de un problema educativo, un problema escolar. De hecho, se utilizan las denominaciones de acoso o violencia escolar. Pues, en realidad, es un problema que se manifiesta en la escuela, sí, pero que se genera en las familias.
Enseguida encontrarán un argumento para rebatir esta afirmación. Dirán que la violencia escolar no se gesta en las familias, que se trata de amistades poco recomendables de los niños, que les influyen, o de la televisión o la sociedad que transmiten a nuestros infantes unas ideas de competitividad y estrés que les convierten en niños agresivos. En definitiva, con tal de negar que, generalizando, son los padres los mayores responsables del comportamiento antisocial de los niños, recurriremos a toda suerte de excusas y justificaciones exculpatorias. Eso no cambiará la realidad. Continuaremos engañándonos, igual que lo hace el padre o madre que acude al colegio a reprocharle agresivamente al profesor que reprimiera a su niño un día que, el pobre, quemó un cuadernito en clase porque estaba estresado. Usaremos nuestras propias justificaciones para engañarnos sobre la realidad, pero la realidad continuará expresándose tozuda hasta que le prestemos la adecuada atención.
Y prestar atención adecuada a la violencia escolar pasa, inexorablemente, por cambiar el estilo educativo de algunas familias. Ya es hora de que situemos el foco en el centro del problema. Después ya habrá que exigirles modificaciones a las leyes educativas y a las consejerías de Educación.

El mayor activador de la violencia que actualmente practican muchos niños y niñas en las aulas de España es la educación permisiva que reciben de sus padres. Existen tres estilos educativos principales que un núcleo familiar medio puede adoptar: el autoritario, el permisivo y el autoritativo. De este último no se habla mucho, o sea, no se habla nada. Los dos primeros son exactamente igual de nefastos y suelen producir los mismos efectos, aunque con distinto collar.
Después de décadas de estilo autoritario en lo familiar y de dictadura en lo social, España ha basculado hacia lo permisivo en las familias. Desde una concepción erróneamente 'progre' de la educación, muchos padres adoptaron desde los años ochenta una concepción del hijo como un amigo. Lo moderno es ser amigo de los hijos. Hasta esa amistad, los padres habían venido siendo máquinas de imposición de la autoridad. Incluso se les hablaba de usted. Los niños crecían reprimidos, contenidos, faltos de libertad y, a menudo, con identidades del tamaño de un guisante. En cuanto esos hijos se convertían en padres, después de haber pasado España a la modernidad, los nuevos progenitores se lanzaron a educar a sus retoños de otra manera, haciendo que se realizaran y desarrollaran en libertad, con comunicación, haciéndoles partícipes de las decisiones. Lo malo, de lo que se están dando cuenta ahora, es que los niños de quince años toman muy mal las decisiones, que el ego del tamaño de guisante que generaba la educación autoritaria es ahora una identidad de volumen planetario gracias a la permisividad, y que son amigos de sus papás en la medida en que consiguen esclavizarlos. La educación permisiva crea niños dictadores.
Es muy sencillo. Un niño de quince años no puede tomar decisiones porque no es capaz de afrontar sus consecuencias. Algunos educadores creen que es necesario enseñar a los niños a adoptar decisiones y muchos niños creen que tomar decisiones, y fumar o beber alcohol en paralelo, los prepara para ser adultos. Todos se equivocan. Lo complicado del vivir no es tomar decisiones, sino prepararse para afrontar las consecuencias que siempre, siempre, se derivan de las decisiones tomadas. Con el modelo permisivo de educación, los niños toman las decisiones y los papás afrontan las consecuencias. El resultado: niños con descomunal ego pero desprovistos de habilidades instrumentales para articular sus incipientes vidas.

El ego descomunal de los hijos-amigos les conduce a los senderos de la imposición. Los niños, que han crecido sin límites, intentarán imponer su voluntad a unos y otros. La violencia no es más que la conducta instrumental asociada a la actitud totalitaria. No reconocen autoridad porque ese concepto no existe para ellos. No les ha sido transmitido. El papel funcional de los padres en el terreno educativo no es trabar amistad con los hijos, sino confeccionar un mapa de límites, de referentes, contra el cual los seres humanos en pleno desarrollo social comiencen a construir su identidad. La identidad de un adolescente se estructura por contraste con unos límites externos. Sin hoja de ruta, la identidad de un niño, en plena convulsión en la adolescencia por cierto, crecerá desbocada. Encontramos un símil perfectamente significativo en el cerebro.

El cerebro de alguien que acaba de nacer tiene la fisonomía de un bosque salvaje, sin podar. Millones y millones de neuronas están desorientadas en el cerebro en busca de conexiones. Necesitan una ruta para poder desarrollarse. La experiencia sensorial, primero, y la social, después, contribuyen a podar ese ramaje, a configurar el mapa de la ruta neuronal. El resultado es que, al final, en la juventud, tendremos un cerebro más o menos ordenado, un mapa de carreteras que lleva a alguna parte. Con la identidad y con su hermana mayor, la personalidad, ocurre exactamente igual y una socialización adecuada debe establecer el mapa de carreteras para una personalidad sana, equilibrada en su inserción social interpersonal.

La socialización está concentrada en las familias y completada en las escuelas, los grupos de pares (niños y niñas de la misma edad) y otros agentes de socialización como la televisión. Los padres deben ser los traductores de códigos de aquello que los niños reciben del exterior. La comunicación es el vehículo, no la amistad. El niño necesita que los padres iluminen para ellos el camino de referentes que los chicos tendrán que utilizar en el mapa de ruta de su identidad. Los padres son quienes ponen los símbolos adecuados en el mapa y también los que los iluminan. Con sólo iluminación, pero sin símbolos (educación permisiva) o con sólo símbolos pero poca iluminación (educación autoritaria), los niños crecerán con minusvalía identitaria.

La educación autoritativa -que no autoritaria- es aquélla que combina la administración de referentes y límites educativos claros con comunicación fluida y mucho, mucho amor. Además de nutriente, el niño tiene que recibir tres cosas de sus padres: un mapa de referentes para la inserción social, amor y comunicación, y apoyo en la resolución de problemas. Los amigos ya los encontrarán en la calle.
(publicado en El Correo, 9/11/2006)

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