domingo, diciembre 21, 2008

GOLPE DE ESTADO EN ETA

En menos de un mes, las Fuerzas de Seguridad del Estado han desarticulado la cúpula de ETA en dos ocasiones. Un centenar de expresidiarios etarras han manifestado en Usurbil su pesar por que no se les reconozca un papel olítico en lo que denominan 'conflicto vasco'. Eusko Alkartasuna y el PNV han llegado a un acuerdo para impulsar una moción de censura contra el alcalde de ANV en Azpeitia, a quien ellos mismos colocaron allí. El ministro de Interior Rubalcaba ha subrayado que la negociación pertenece a un pasado que no será ya, nunca más, un presente.
Que quienes han sido presos de ETA reivindiquen ser tenidos en cuenta al mismo tiempo que Rubalcaba aborrece del diálogo con terroristas no deja de ser simbólico. Los presos etarras llevan mucho tiempo soñando con que eventualmente representarían la única instrumentación viable derivada de una autodisolución voluntaria de ETA. Los criticados acercamientos individuales de presidiarios renegados de la banda son una herramienta de desgaste interno para ETA que el Gobierno hace bien en aprovechar siempre que sea posible. Aquéllos que son acercados a centros de reclusión próximos a Euskadi probablemente son conscientes de que ETA nunca los ha tenido realmente en cuenta en sus cálculos. Un terrorista es, por definición, alguien con mucha dificultad para interpretar la realidad sin las orejeras del fanatismo. Sin embargo, muy adocenados tienen que estar para imaginarse que ETA aceptaría desaparecer a cambio de beneficios penitenciarios para sus asesinos o colaboradores. La diferencia entre los presos que abjuran de la banda y son acercados a Euskadi respecto de aquéllos que cumplirán sus condenas en el sur de España o en Canarias no estriba en su grado de rechazo ideológico de la violencia etarra. La diferencia entre ambos grupos tiene que ver con el grado de conciencia que han adquirido acerca de la realidad de ese pretendido papel político que reivindican los ex presidiarios de Ururbil. Los presos que se acogen a la reinserción lo hacen porque han entendido, finalmente, que nunca llegará el momento en que ETA se autodisuelva para que ellos puedan acogerse a un beneficio penitenciario; por el contrario, aquéllos que no abrazan la reinserción y cumplen años en Salto del Negro siguen sin entender que ETA jamás aceptará desaparecer nada más que para beneficiar a sus presos. Ésa es la diferencia entre los dos colectivos de presos etarras.
Esa irracional consideración de los presos como actores políticos, que los mismos presidiarios etarras demandan, simboliza el fracaso que ETA nunca acabará de aceptar. Aquello que los presos no son capaces de ver es que ETA nunca estará dispuesta a llegar al punto en que tenga que negociar beneficios para sus encarcelados porque sea esto lo único que le sea permitido plantear en una mesa de 'diálogo'. El escenario de la disolución a cambio de beneficios penitenciarios es un mito de similar calibre a aquél de reivindicar las Landas como territorio de Euskadi: éste es un imposible territorial pero aquél representa una línea roja ante la que ETA preferirá 'GRAPOrizarse' antes que cruzarla.
Es comprensible que muchos presos etarras continúen abducidos por el mítico discurso de ETA. Han asesinado por ese discurso y han pasado de un adoctrinamiento fanático en la clandestinidad a aprender el lenguaje necesario para comunicarse con el enladrillado interior de las cárceles o con el calculado alineamiento en los barrotes de sus celdas. De la kale borroka a la clandestinidad, al asesinato o la colaboración y de ahí al aislamiento del mundo. Así durante un número importante de años. Considerando la aptitud psicológica necesaria para encajar funcionalmente las piezas de esa realidad, es razonable que sean pocos lo que sean capaces de ver que la reinserción pactada y la separación de ETA son el único camino transitable hacia la recuperación de la libertad democrática. ETA nunca invertirá esfuerzos en que sus presos abandonen las cárceles, porque eso significaría que habría llegado al único escenario de negociación al que no quiere llegar: a la denominada 'negociación técnica'.
Si algún preso etarra está leyendo esto, que preste atención a los siguientes párrafos. Con la dinámica interna de toma de decisiones en ETA en los últimos cuarenta años es imposible que se produzca el escenario de 'paz por presos'. Es sencillo de entender. De momento, piensen en cuántos grupos terroristas de las características de ETA se han autodisuelto obteniendo beneficios penitenciarios. Sí, en efecto, uno muy cercano... ETA-pm. ¿Qué hay del resto? Es cierto, exacto... también el IRA. ¿Alguno más? Ninguno.
Lo que tenían en común ETA-pm y el IRA en sus últimos momentos fue el perfil del cuerpo dirigente que tomaba las decisiones. En ambos casos, el peso del factor político era determinante. Los vascos tenían una clara influencia por la vía de Euskadiko Ezkerra y los irlandeses estaban encabezados por Adams y McGuinness, dos (ex)comandantes del IRA reconducidos a la política. Quienes adoptaban las decisiones estaban vinculados a la realidad política circundante y eran capaces de interpretarla. La historia general de ETA-militar pero, sobre todo, las más reciente de ETA a secas muestra cómo las decisiones siempre han provenido de la facción más comprometida con la violencia terrorista. La probabilidad de que sucesivas generaciones de dirigentes etarras cada vez más identificados con la violencia adopten una decisión de abandono del terrorismo disminuye exponencialmente con el tiempo. Era más alta en la época de 'Txomin', menos en el momento en que Aznar negociaba con ETA, más elevada en la primera etapa de la negociación de Zapatero, para caer en picado en la segunda, y prácticamente nula en la actualidad.
La negociación de Zapatero marca, a modo de paradigma, esa disociación entre posibilismo político y terrorismo. La negociación propulsada por Zapatero se inicia con Otegi y 'Josu Ternera', para abortarse posteriormente con 'Txeroki' y el aparato armado de ETA. Con 'Ternera' al frente de ETA habría habido alguna posibilidad, porque este terrorista y ex parlamentario vasco tiene perfectamente claro que la banda ya ha escrito su epitafio. Lo único que con probabilidad pretendía era obtener la mayor ventaja negociadora. Sin embargo, todo apunta a que estaba dispuesto a avanzar en la negociación. Esa postura de 'Ternera' suponía una amenaza para quienes en el seno de ETA han interiorizado la violencia como referente identitario, no como instrumento sino como 'modus vivendi', y son lo suficientemente jóvenes como para no tener la experiencia política del postfranquismo ni una visión estratégica para la actual Euskadi. Ésos quitaron de en medio a 'Ternera' y al posibilismo negociador. La negociación ya no es un planteamiento estratégico en ETA. Acusar al Gobierno de volver a negociar con la banda, en este momento, no tiene sentido.
Entiéndase bien, no es que cualquiera de los cabecillas etarras a lo largo de su periplo terrorista tuviera demasiada visión política. Si hubiera sido así, ETA ya habría desaparecido. Sin embargo, pensar que desde la estructura de toma de decisiones de la ETA del siglo XXI puede generarse una corriente favorable a la disolución para concentrarse nada más que en el abertzalismo político es inviable. El ritmo de descabezamiento de ETA impreso por las fuerzas de seguridad en la última época tiene un claro efecto sobre el perfil decisor de la banda terrorista. Los dirigentes de ETA cada vez son más jóvenes, cada vez tienen menos visión estratégica, están más fanatizados en una dinámica de lucha desprovista de futuro y están desconectados de cualquier escenario social de eso que en jerga etarra se denomina 'Euskal Herria'. Si por algo se caracterizan es por ser profesionales de la violencia en confrontación con un enemigo cronificado en sus mentes, el Estado español. Esos decisores de ETA, que con cada reestructuración de la cúpula terrorista están más limitados en todo lo que no sea gestionar la violencia, son incapaces de razonar en términos políticos, y más aún de ser permeables a influencias de un entorno abertzale que consideran nada más una herencia que les lastra, una servidumbre movilizadora parásita de su misión violenta contra el Estado. Por tanto, los frentes 'social' y 'político' de ETA, igual que el carcelario, son piezas subordinadas del ajedrez de la violencia.
ETA continuará asesinando mientras su estructura de toma de decisiones no descarrille del aparato 'militar'. Y la vía más precisa para hacerlo es la tradicional en estos casos, un golpe de Estado interno. Es comprensible que la propuesta suene estrambótica. Sin embargo, si algún preso pretende una mínima reducción en su internamiento a décadas de cárcel o algún político abertzale tener un protagonismo en la escena de Euskadi recogiendo las migajas que le dejen EA-Aralar, ya pueden ir considerando articular un movimiento interno de disidencia que acabe llevando a la dirección de ETA a alguien con cerebro político. Eso si antes la Guardia Civil no termina por encarcelarlos a todos. Entonces, la partida habrá terminado.
(publicado en El Correo, 21 diciembre 2008)

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jueves, diciembre 18, 2008

SOLUCIÓN FINAL

Existen dos teorías para intentar explicar porqué algunos agresores de mujeres se suicidan después de haberlas asesinado. La más nombrada pero también la más contradicha por los datos es que los hombres agresores se suicidan porque no soportan el rechazo social derivado del acto violento que han cometido. Tal planteamiento queda rebatido por la realidad de la violencia de género, un crimen por convicción en donde el agresor no sólo es indiferente a la valoración externa de sus actos, sino que en la mayoría de los casos está moralmente seguro de haber obrado correctamente.

La teoría alternativa respecto de porqué se suicidan algunos agresores remite a que han construido de tal manera su vida alrededor de una relación de dominación, de un pequeño reino totalitario basado en la violencia para controlar a una mujer y a unos niños siempre que los haya, que cuando esa relación se acaba porque la mujer ya no puede más, deciden matarla. Cuando la mujer ha desaparecido por el asesinato, también se viene abajo el castillo de dominación donde el agresor era un dios todopoderoso. En ese momento, ante ese vacío existencial, el violento decide recurrir a la solución final, una solución impuesta a una mujer asesinada por reclamar su libertad, asesinato al que sigue un suicidio.

El suicidio es, no obstante, excepcional entre los agresores de mujeres. Al tratarse la violencia de género de un crimen por convicción, la mayoría de los agresores, incluso los que acaban siendo asesinos, continúan sus vidas en la íntima certeza de que la violencia era una camino necesario para ejercer el derecho que creen legítimo de controlar y corregir el comportamiento de una mujer. Aunque se ha registrado algún pico de subida o bajada anual, en promedio podemos calcular que se suicidan (o lo intentan) alrededor del 10% de los hombres que asesinan a mujeres en violencia de género. El año pasado se suicidaron cinco hombres para siete decenas de mujeres asesinadas. La mayoría de los agresores están más de diez años construyendo sus vidas alrededor de la dominación. No es el rechazo social, sino la libertad de la mujer lo que un agresor no puede soportar.

(publicado por Vocento, 18 diciembre 2008)

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