jueves, septiembre 21, 2006

QUINTO ANIVERSARIO DEL ENEMIGO

Andrés Montero Gómez

El terrorismo yihadista apareció justo cuando el mundo necesita un nuevo enemigo. Después de cinco años de los atentados en Nueva York es difícil recordar el período de relaciones internacionales de la década de los noventa. Durante esos años, los noventa, el comunismo había desaparecido. Es cierto que el mundo se entretuvo en matarse en la antigua Yugoslavia y también que Iraq desencadenó una invasión surrealista en Kuwait, que propició otra guerra. Sin embargo, el enemigo uniforme e identificable, no existía en los noventa. Por tanto, fue una época de reorientación, cuando no sé sabía muy bien sobre que parámetros sustanciar las relaciones internacionales. Todos los organismos multilaterales estaban en crisis de identidad, los servicios de inteligencia se recolocaban hacia nuevas amenazas una vez extinto el comunismo y, en fin, se hacía complicado vivir sin tener miedo a un actor humano plenamente identificable. La deforestación o la crisis energética son riesgos mucho mayores a largo plazo que el terrorismo, pero no hay manera de que les cojamos miedo porque nadie de los que pueden empeñarse, y esa es una de las claves de este relato, se ha empeñado en constituirlo como enemigo global.

Asociar las relaciones internacionales al conflicto, a la confrontación, es deprimente. El ser humano no ha evolucionado aún lo suficiente como para basar sus intercambios principales, por ejemplo, en el fomento de sus derechos, esos derechos humanos. De momento, la violencia tiene que mediarlo todo. Y ahora tenemos un nuevo enemigo global al que enfrentarnos.

Las relaciones internacionales del siglo XXI son globales y la amenaza correspondiente también ha de serlo. Antes de los noventa, el comunismo era el Mal. A su alrededor, germinó la carrera de armamentos y una guerra fría sustanciada en la disuasión nuclear. El mundo era bipolar y, literalmente, se repartía entre un bando y otro, entre los buenos y los malos. Ahora es multipolar y necesitamos un enemigo en consonancia. En algún instante se ha intentando multipolarizar al enemigo, con el andamiaje de una columna vertebral del mal en cinco países, pero no ha servido. El eje del mal no tiene cualidades para ser un enemigo global porque está demasiado disperso, sus países no conforman entre sí una verdadera red colaborativa para extender el desastre por el mundo e, individualmente, son insignificantes a escala mundial (piensen, por ejemplo, en Bielorrusia, uno de los países del eje del mal estadounidense). El mundo de las relaciones globales necesitaba una amenaza global, pero no una cualquiera, sino aquélla que encarnara la atávica lucha entre el bien y el mal. Nos cargamos el planeta o las reservas energéticas, configurando una de las amenazas netas más claras para el futuro, pero como lo hacemos entre todos es más problemático encontrar culpables, por un lado, y buenos por el otro. Con el terrorismo global tenemos otras dificultades, pero no ésa de visibilizar al enemigo encarnado.

Hemos creado un enemigo más grande de lo que es y de lo que era. El yihadismo no es nuestra responsabilidad, por supuesto, pero lo estamos alimentando de alguna forma, de muchas formas. Si queremos que este quinto aniversario del 11-S nos sea útil, más allá de repetir las mismas vaguedades consabidas de estos últimos cuatro años, por lo menos vamos a hacer autocrítica, que es uno de los pilares del progreso.

Al-Qaida la hemos construido entre todos. De acuerdo, son fanáticos terroristas asesinos que aniquilaron a miles de personas en New York. Lo hicieron así porque tenían pocas dudas sobre cómo responderíamos. El terrorismo no es nada, no tiene impacto ni sentido, sin la respuesta del auditorio al que va dirigido su mensaje. Y nosotros les otorgamos cobertura mediática instantánea y en directo en todas las televisiones, años de páginas de análisis, testimonios y publicidad. Hicimos de Al-Qaida un actor global porque la reconocimos global. Si ahora un candidato anglopakistaní a yihadista abraza el terrorismo es porque es consciente de que, a resultas de una acción criminal, tendrá identidad global desde su vida anodina, significado e importancia mundiales.

Es cierto que no podemos hacer otra cosa de momento. Las torres gemelas en descomposición por aviones-bomba detonando contra ellas no pueden ser ignoradas en nuestro mundo intercomunicado. Sin embargo, debería preocuparnos que Ayman al Zawahiri, el lugarteniente de Bin Laden, difunda sus videos caseros y amenazantes por el mundo, de manera gratuita, sin contratar un solo publicista, y prácticamente en tiempo real. Ni siquiera un mensaje de Amnistía Internacional sobre los derechos humanos tiene una cobertura mediática tan rápida y global.

Nuestro mundo multipolar necesita un enemigo multifocal global y ya lo tenemos. Al final va a resultar que necesitamos una personificación del Mal para mantener vivo el Bien. Dentro de un error mayúsculo, a mi entender, el presidente Bush declaró la guerra al terrorismo. Los terroristas del yihadismo internacional están convencidos de que son soldados de Alá en guerra contra el infiel occidental, de manera que el reconocimiento de que son un enemigo a batir les ha venido perfecto. El yihadismo reconoce a los EEUU como el satán imperialista y, en reciprocidad, los EEUU conceden que Al Qaida es la encarnación del Mal. La guerra está servida.

Cada época histórica tiene los enemigos que nuestro propio grado de evolución es capaz de engendrar y mantener. Los imperios antes de la primera guerra mundial, los fascismos en la segunda, el comunismo en la guerra fría y, ahora, el terrorismo en la cuarta. Es una guerra porque hemos querido que lo sea. Si desde el primer instante hubiéramos etiquetado a Al Qaida como una red terrorista de delincuencia organizada, tal vez la imagen que un candidato anglopaquistaní a yihadista tuviera de ella sería distinta. Diferente ha de ser que todo el mundo te reconozca como un soldado de Alá a que te califique como un criminal global, sobre todo cuando tus motivaciones íntimas están labradas en un discurso religioso. Ahora ya es tarde y la imagen del monstruo está construida. A efectos de recursos contraterroristas hubiera sido igual luchar contra la delincuencia yihadista, salvo por la participación de los militares. Los servicios de inteligencia se habría involucrado igual contra Al Qaida, las policías del mundo impulsarían su cooperación y las operaciones conjuntas pero... si Al Qaida no es un enemigo en el sentido bélico es más complejo ligarlo a batallas en Iraq y Afganistán, a Guantánamo y al creciente papel del Pentágono en la lucha contraterrorista. Es muy natural que ante un enemigo, sea la milicia quien alcance protagonismo.

Es decir, por concluir con el relato, teníamos un fenómeno amenazante neto, hostil y muy nocivo para la sociedad. Ante ese fenómeno, debíamos emitir una respuesta, pero antes de emitirla, necesitábamos saber con qué nos enfrentábamos. Teníamos dos opciones principales: o bien respondíamos como si fueran criminales y nos enmarcábamos en la seguridad civil o bien lo hacíamos como si fueran enemigos y entonces la cosa ya se militarizaba. Elegimos la segunda alternativa. Como resultado, las relaciones internacionales, que siempre han estado llenas de guerra, actualmente están impregnadas de contraterrorismo.

Y ahora que ya tenemos la amenaza etiquetada como hemos deseado hacerlo, no tenemos más remedio que avanzar por la senda escogida. Igual que en una guerra, manejar el miedo de la población es fundamental, porque será ese miedo el que autorice medidas de seguridad draconianas, o excepcionales caso de que fuera necesario, y el que garantice que los gastos públicos en defensa y control se incrementen. Al final, todo va a acabar estando relacionado con el terrorismo: el petróleo, los transportes, la inmigración, la droga (los EEUU no hablan sino de narcoterrorismo), ciertos países díscolos.

Qué es el yihadismo.... una serie de musulmanes fanáticos con capacidad de inmolarse en atentados de gran impacto social, que han descubierto que tienen oportunidad de influir políticamente porque les estamos otorgando el poder de hacerlo.

(publicado en El Correo, 11 septiembre 2006)

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