lunes, diciembre 18, 2006

EL PROCESO ENCAPSULADO

Andrés Montero Gómez

Algunas de las voces críticas con el proceso de disolución de ETA lo son porque suponen que la incertidumbre que se percibe es equivalente a la cesión del Estado. La premisa en que se asienta la desconfianza es que si Zapatero no está informando en cristalino, no ya de cómo van los contactos con ETA, sino de sus intenciones con respecto a qué está dispuesto a conceder a la banda terrorista, es que hay una agenda oculta, es decir, que el Gobierno socialista tiene previsto, finalmente, ceder ante ETA.

A Zapatero se le exige que sea transparente en su relación con ETA, pero eso es imposible. De hecho, lo que es inherente a este punto del proceso en que nos encontramos es, precisamente, no ya la transparencia sino la teatralización de la realidad. El diálogo con ETA es una muñeca rusa, una cebolla en donde la verdadera definición de su aspecto se esconde en la última capa, que puede ser muy distante y distinta en su fisonomía de lo que nosotros, desde el exterior, estamos viendo representado.

A menudo confundimos transparencia y 'accountability', un término anglosajón que se utiliza en democracia para denotar la ineludible obligación de rendir cuentas que se les supone a los poderes públicos. Naturalmente, transparencia y 'accountability' pueden ir juntas, pero en el esquema de negociación con una banda terrorista hay que calibrar muy bien las dosis de transparencia que vertemos en el proceso, porque demasiada transparencia puede quemarlo. En la disolución de ETA, la falta de transparencia tiene más que ver con la necesidad terrorista de maquillar la realidad ante su propia parroquia que con el afán del Gobierno de Zapatero de ocultarnos intenciones espurias. Desde luego que Zapatero quiere presentar la desactivación de ETA como un logro propio que le reserve réditos electorales, pero les aseguro que buena parte de quienes exigen constante transparencia están buscando utilizarla para desbancar al Ejecutivo presentando lo transparentado como inaceptable. Ambas intencionalidades legítimas, pero mientras la primera contribuye a no introducir dificultades o riesgos añadidos a un negocio ya de por sí intrincado, la segunda a veces parece buscar menos conocer qué es lo que está pasando cuanto utilizar hostilmente ese conocimiento en contra del Gobierno socialista.

La única transparencia plausible ahora ya la ha concedido Zapatero. El presidente del Gobierno acudió al Congreso y recabó el plácet de la ciudadanía para intentar negociar con ETA su disolución. Es cierto que en ausencia de violencia, como condición, pero eso no significa no moverse hasta que cese toda expresión agresiva, sino no avanzar hasta que la condición de la no violencia pueda constatarse.

Zapatero ha rendido cuentas y las rendirá. Es del todo inconveniente hacerlo ahora, sin embargo. Nos ha dicho que no habrá contraprestación política, no porque él no quiera, sino porque legalmente no tiene margen de maniobra. No puede suicidarse, así de sencillo. Lo que ocurre es que algunos no desean creerle porque es la incredulidad la que mejor satisface a ciertos intereses. Esos intereses están habitando, y vamos a ser claros, en la derecha y en un sector de la izquierda, de su propio partido, que todavía no ha digerido que el desconocido Zapatero haya tomado al asalto el PSOE instalando en los núcleos de poder a gente lampiña, desbancando a cuadros históricos.

Con todo, aún guardando discreción, tanto ETA como el Gobierno se encuentran con la necesidad de manejar sus propias agendas de comunicación, destinadas a transmitir determinados mensajes a sus respectivas audiencias. Ésta es una exigencia inevitable en una sociedad en donde los medios de comunicación son un poder y en donde se dan cita adversarios políticos, con intereses particulares, que no están callados. Hacia todas esas audiencias van dirigidos los mensajes diseñados para construir realidades paralelas que sirvan a dos propósitos: el primero, fabricar escenarios para consumo mediático; y el segundo, encapsular la verdadera mesa de negociación.

La pregunta es si los Zutabe de ETA difunden la verdadera posición terrorista en la negociación o un escenario de consumo para su audiencia. La siguiente cuestión, del otro lado, es si cuando Zapatero afirma que no condescenderá en términos políticos está trasluciendo su línea roja en la negociación o nos está vendiendo una realidad de consumo. Aquí se aceptan las apuestas. La mía es que la negociación avanza mejor de lo que se nos hace aparecer en los escenarios prefabricados para ser difundidos por cada parte; que la mesa pública de diálogo puede haberse congelado pero que el diálogo no se ha interrumpido; que ETA está presionado a Batasuna y que al PSOE le están presionando todos, pero que la decisión de interrumpir el terrorismo tal como lo hemos conocido ya se ha tomado.

El diálogo con ETA está teniendo lugar en una cápsula alrededor de la cual se está escenificando una obra de teatro a cuya representación es a la que asistimos. Es un teatro de varias pistas, de escenas a veces trágicas e intolerables como la violencia que sigue empleando ETA, aunque ahora no lo haga con el guión de liberar a Euskal Herria sino con el ardid de pretender seguir haciéndolo para que los terroristas jóvenes no decaigan. En el interior de la cápsula de negociación, tenemos al Gobierno asegurándole a ETA que es imposible otorgarle nada político, pero prometiéndole trabajar para una Euskadi de izquierda federalista en el futuro, un futuro donde estaría Batasuna. Por su parte, tenemos a ETA sabiéndose en la última ocasión para hacer la carambola, para jugar su última carta, para aceptar ese futurible político que le plantea Zapatero, más la libertad escalonada e individualizada de presos, o elegir acabar sus días aplastada por la maquinaria policial y judicial. Ahora ETA sabe que Zapatero no miente con la alternativa, porque ésa habría sido su situación en menos de diez años si se hubiera seguido aplicando la estrategia bipartidista del Pacto por las Libertades. A ETA no le queda más remedio que seguir elaborando sus Zutabe como si fueran cómics de ciencia ficción, pero le conviene más la negociación que al propio Estado. Por el momento, ETA sólo tiene la opción Zapatero y más le conviene que sus cien mil afiliados abertzales voten socialista en las próximas elecciones para asegurar una victoria del PSOE, no sea que llegue otro presidente y decida finalizar a ETA por vía policial. El mismo Zapatero lo haría si hubiera algún asesinato.

(publicado en El Correo, 16 diciembre 2006)

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