lunes, agosto 27, 2007

LA CALCULADORA DE ETA

Hace no demasiados años, que ETA asesinara a guardias civiles, policías o militares era algo rutinario para la población española. Las fuerzas armadas y de seguridad siempre han sido una especie de objetivo terrorista predeterminado, es decir, víctimas que son menos víctimas en función de su trabajo, de su dedicación. Hace no demasiados años, la percepción general de la población era que morir en un atentado terrorista era algo adosado al sueldo de policías y militares. Esa percepción ayudaba a que ETA los asesinara sin miramientos, sin ningún cálculo de costes y beneficios. Sencillamente, a ETA le podían servir de asesinatos de mantenimiento, para mantener la tensión de la violencia pero sin que le supusieran ningún desgaste ni ante las bases abertzales, ni por supuesto ante sus propios terroristas, ni desgraciadamente ante la población general. Asesinar a guardias civiles, militares o policías era algo que se le suponía a ETA y que nadie cuestionaba o, si se hacía, era en voz bajita.
A partir de un determinado momento, que puede identificarse con la segunda mitad de la década de los noventa, la implicación de la población en la lucha antiterrorista, latente a partir de los secuestros de Julio Iglesias Zamora (lazo azul) pero activada definitivamente por la tortura de Ortega Lara y el asesinato de Miguel Ángel Blanco, hace que ETA sienta que, de alguna manera, tiene que hacer cálculos para cada asesinato, para cada atentado. Los cálculos, evidentemente, están relacionados con hasta dónde puede gastar ETA el cheque en blanco de la izquierda aberztale pero, sobre todo, con hasta dónde estaría dispuesto a llegar un gobierno en la lucha contra ETA con el apoyo de una población que haya considerado que existe un límite de terrorismo que ya no puede soportar.
Esta interacción entre percepción de la población y acciones criminales es inherente al fenómeno terrorista. Tanto es así que, por ejemplo, la intensidad de los atentados islamistas del 11-M ha condicionado la práctica de atentados de ETA, que intuye que no puede acercarse a ese nivel de muerte para no asemejarse al terrorismo islamista (hasta en esto del terrorismo hay identidades corporativas), tampoco puede sobrepasarlo porque tendría muy difícil justificar ese grado de violencia ante el porcentaje de sus apoyos en Euskadi y, en todo caso, sabe muy bien que la población a la que utiliza como transmisora del terror ha cambiado su percepción respecto del terrorismo.
Lo que ETA no puede ignorar, aunque deforme mucho la realidad para construir sus argumentos, es que el mínimo de concesiones que pueda obtener de un gobierno en un futuro depende de sus acciones hasta entonces. En sus cálculos está negociar presos, conseguir algunos beneficios para los terroristas todavía no encarcelados y presionar para lograr un escenario favorable al independentismo. Ha quemado dos treguas para nada y, por tanto, es perfectamente conocedora de que una tercera ya debería ser la definitiva o, por lo menos, tendría menos eficacia instrumental. Y, en cuanto a atentados, tiene muy difícil asesinar a concejales (demasiada identificación con la población), complicado secuestrar a empresarios (demasiado desgaste con la población de Euskadi) y no digamos nada otro tipo de acciones involucrando a la ciudadanía. Por supuesto, no es que cualquier terrorista de ETA no estuviera encantado de asesinar a un edil no nacionalista en Euskadi o del PSOE o el PP en el resto de España. Lo que ocurre es que, con las etapas que ha quemado ETA, con la actual percepción respecto del terrorismo, y con lo que la población ya demanda (aunque todavía con debilidad) de sus gobernantes respecto de la lucha antiterrorista, a ETA las cuentas se le estrechan cada vez más.
Aunque sea duro afirmarlo, los terroristas han atentado contra la guardia civil de Durango porque saben que es una acción asumible, hasta cierto modo esperable, amortizada, que no va a restarles futurible negociador ni va a cambiar la dirección de la política antiterrorista cerrando definitivamente el horizonte de eventuales compensaciones por la desaparición de ETA. Las fuerzas armadas y de seguridad son objetivos blandos, y esa (baja) ponderación de nuestros conciudadanos con uniforme en la ecuación de ETA debería avergonzarnos a todos, a nosotros, a los partidos políticos y al Gobierno.
Si los cálculos de ETA son que si asesina a otro político en este momento probablemente no podrá ni canjear un preso en el futuro, ni siquiera con un gobierno socialista, pero que si pone una bomba en un cuartel o descerraja un tiro en la nuca a un policía todavía le queda recorrido negociador, son producto, esos cálculos, de que la población probablemente no va a protestar tanto por un policía mutilado; que los políticos probablemente condenarán con menos sentimiento y traducirán menos su sensación de crisis a acuerdos más efectivos contra ETA; que el Gobierno no trasladará la línea roja de la negociación para estrecharla más; y que, en definitiva, será como si nada hubiera pasado. Y, encima, en Durango no ha muerto nadie. Espero estar equivocándome y que a ETA se le pongan las cosas más difíciles todavía tras este atentado. Si no es así, ustedes sentirán tanta vergüenza al leer este artículo como yo al escribirlo.

(publicado en El Correo, 26 agosto 2007)

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viernes, agosto 10, 2007

AUTODETERMINAZIOA

Es difícil imaginar al terrorismo norirlandés del IRA plantando bombas en Londres entre las explosiones de los cohetes V1 y V2 de Hitler durante la 2ª Guerra Mundial. Las crónicas de la época recogen que, al menos en una ocasión, el IRA explosionó algún artefacto y desarrolló acciones de sabotaje en el Ulster, cuya población protestante estaba al lado del esfuerzo británico contra la Alemania nazi. Eamon de Valera, el líder católico norirlandés artífice, junto a Michael Collins (o quizás habría que decir mejor, frente a Michael Collins) de la independencia del Estado Libre de Irlanda, declaró a Eire territorio neutral en la contienda del mundo contra el nazismo.
En el Eire no alineado, no obstante, también se favorecía el paso de combatientes aliados estadounidenses hacia territorio británico, aprovechando las conexiones del Ulster. Las escaramuzas del IRA se intensificaron entre los años 1942 y 1944, en la autodenominada campaña del Norte, inscrita en un impostado apoyo del independentismo norirlandés a Alemania. Este soporte católico norirlandés a Alemania se dimensionó sobre todo a través de la Abwehr, el servicio secreto nazi, en la creencia de que cuando Hitler ocupara el Reino Unido iba a favorecer un virreinato del IRA en el Ulster.
La Abwehr se dedicaba, esencialmente, a la obtención de información a través de agentes, de fuentes humanas, y estaba dirigida por el almirante Wilhelm Canaris, a quien le encantaba España. Canaris sería posteriormente ejecutado por organizar dentro de la Abwehr el intento frustrado de asesinato del führer y parte de la resistencia interna al desvarío nacionalsocialista.
El nacionalismo vasco no sabe ahora si comportarse como Canaris, como Eamon de Valera o si aprovechar (¿continuar aprovechando?) la coyuntura para, mientras el nazismo etarra presiona al Gobierno y a la sociedad, presentar órdagos independentistas. De momento estamos dándole vueltas a referendos y autodeterminaciones. A mi modo de ver, Imaz e Ibarretxe están representando los papeles de poli bueno y poli malo para compensarse mutuamente y situar al PNV en una dirección muy medida, cual es la preparación de la Euskadi independiente de dentro de quince años. Ya llevan tiempo haciéndolo, desde luego. El nacionalismo vasco nunca ha dejado de ser independentista, por mucho que en sus coyunturas convivan pragmáticos y soberanistas, o precisamente por ello.
Los análisis de estos días sobre el artículo de Josu Jon Imaz acerca del no imponer y no impedir posicionan al pragmatismo jeltzale en una ruta autonomista que contrarrestaría el soberanismo de Ibarretxe y la punta de lanza del Gipuzku Buru Batzar de Egibar. De ser cierta esa hipótesis, significaría mucho más de lo que aparenta. Sin embargo, no se concilia con los datos. El artículo de Imaz no difiere en absoluto de la postura soberanista de Ibarretxe, aunque la limita al marcar un calendario mucho menos suicida. El pragmatismo de Imaz no es antisoberanista y mucho menos autonomista. Lo que intenta el presidente del PNV es marcar unos tiempos que, primero, distancien progresivamente al independentismo de ETA y, segundo, consigan para su partido mucho más recorrido estratégico. En esto Imaz demuestra ser tremendamente hábil.
Imaz sabe que ETA se ha acabado pero, en acabándose, puede ocasionar mucho perjuicio a la causa independentista. Ahora es justo el momento en que el PNV tiene que desligar su soberanismo de los efectos políticos colaterales que pueda ocasionar el final de ETA. Es una insesatez política a todas luces plantear un referéndum autodeterminista en este momento. No sólo es que ETA pueda condicionarlo con sus bombas y que parte de la opinión pública no entienda que, en estos precisos momentos en que el nazismo atenaza a Euskadi, el PNV vaya a tomar la posición del IRA en la Segunda Guerra Mundial. Es que una consulta popular pro independencia no rebasaría ni de casualidad el 50% de los sufragios. Lo sabe Imaz y, no nos confundamos, lo sabe Ibarretxe. Una buena solución para deshacer el entuerto del referéndum planteado por el lehendakari es apelar al tradicional trastorno disociativo de la identidad jeltzale. Todo el mundo se lo espera, nos parece de lo más natural que la cabeza del partido contrarreste al PNV del Gobierno, y sirve al tiempo para reorientar la estrategia independentista en una ruta más favorable a medio plazo.
La autodeterminación en este momento en Euskadi no es una cuestión de opiniones. Por mucho que discutamos sobre las bases jurídicas internacionales, sobre las lecturas amplias o estrechas del concepto, lo cierto es que el principal problema para el independentismo de Euskadi es ETA. Imaz ha sabido leerlo perfectamente entre las líneas complejas pero, por eso mismo, no pensemos que es menos independentista que su lehendakari. «No imponer y no impedir» es absolutamente soberanista, pero estratégicamente más suave que el plan Ibarretxe. Y otorga más tensión dramática al nacionalismo que, si alcanzara el soberanismo mañana, cedería sus señas de identidad a Batasuna, que pasaría a ser la nacionalista en una Euskadi independiente ¿Se lo imaginan?
O mucho me equivoco o la deriva autodeterminista de Euskadi es tan potente como la determinación de Imaz, que a mí me parece mucha. El presidente del PNV sabe que hay tres parámetros elementales para avanzar hacia el soberanismo: uno, que ETA desaparezca; dos, acumular la suficiente masa crítica de euskaldunes (educación, comunicación, política social, lengua) como para que un referéndum en el futuro se eleve hacia un porcentaje de entre el 65 y el 70%; y tres, llevarse bien con el PSOE para allanar ese «no impedir» en el Congreso de los Diputados. El camino de la autodeterminación está comenzando ahora.

(publicado en El Correo, 24 julio 2007)

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