sábado, octubre 18, 2008

DANIEL OLIVER, JESÚS NEIRA

El Gobierno español ha concedido a Jesús Neira la Gran Cruz del Mérito Civil. El 17 de octubre de 2007, un estudiante de 23 años de nombre Daniel Oliver terminaba sus clases en la Facultad de Derecho de la Universidad de Valencia y se dirigía a tomar el transporte público de camino a su domicilio. A escasos 30 metros de donde se encontraba antes de que llegara su autobús, observó a un tipo corpulento golpeando con los puños y dando patadas a una chica en plena vía pública. Había otras personas que estaban siendo testigos de la agresión. Haciendo descansar en el suelo la mochila que llevaba al hombro, Daniel Oliver se dirigió con decisión hacia el agresor para detener su violencia, increpándole por lo que era visible que estaba haciendo. Al advertir la presencia de Daniel, el tipo corpulento dejó momentáneamente de patear a la chica para girarse y propinar un contundente golpe de mano en el rostro de Daniel. La cabeza del estudiante valenciano de Derecho impactó en el suelo como resultado inmediato del golpe y Daniel Oliver falleció antes de que llegaran los servicios sanitarios a asistirle. El Gobierno, a través del Instituto de la Mujer, le concedió uno de los galardones de reconocimiento a la lucha contra la violencia de género en 2007.

El Gobierno otorga reconocimientos y premios, pero quien los concede en último término es la ciudadanía, toda la sociedad. A veces viene bien recordar que los gobiernos, desde los locales a los autonómicos y los nacionales, son gestores de la soberanía del ciudadano. No siempre adoptan decisiones que gustan a todos, como es natural, pero al ser elegidos ya nos están representando, a usted y a mí también. Usted y yo hemos decidido que Jesús Neira es un ciudadano que ha puesto el interés de la sociedad por encima del suyo propio, por encima de su familia, de su bienestar, de su salud, arriesgando todo eso para garantizar los derechos y libertades de otras personas. Hay ciudadanos que se dedican profesionalmente a eso cada día, muchos ciudadanos. También han sido elegidos por nosotros. A través de procesos públicos de contratación, han optado a plazas laborales cuyo desempeño es defendernos contra las amenazas, paliarnos contra el dolor, prevenirnos contra el daño. Lo hacen a diario policías, militares y una gran diversidad de servidores públicos y privados. Ni Daniel Oliver ni Jesús Neira eran ese tipo de servidores. Ambos eran universitarios, estudiante y profesor; ambos eran ciudadanos que sabían, que sentían que los derechos fundamentales son la base de nuestra democracia y de nuestra convivencia. Ninguno de ellos tenía una obligación profesional contraída con la sociedad para defender derechos y libertades públicas, pero los dos pusieron su vida en riesgo para que dos mujeres no fueran lesionadas en sus integridades físicas y psicológicas por dos hombres.

No deja de ser simbólico que Jesús Neira sea un profesor universitario y que el estudiante Daniel Oliver perdiera su vida en un campus universitario. Los dos adscritos a facultades de Derecho. Es simbólico porque la violencia de género tiene que ver con esos dos conceptos, con la educación y con la democracia basada en el Derecho. La violencia de género es el producto de una educación arraigada en valores machistas de dominación a la mujer, valores que la despojan de sus derechos fundamentales. A dos millones y medio de mujeres en España otros tantos hombres violentos las hurtan cada día alguno de sus derechos fundamentales. El cambio hacia la erradicación de la violencia de género vendrá de la reeducación de la sociedad hacia la igualdad a partir de códigos de erradicación de la supremacía masculina y, por tanto, de la interiorización de la condición de ciudadanía por cada uno de nuestros convecinos. Jesús Neira es el símbolo de ese cambio, de nuestro progreso, igual que antes lo fue trágicamente Daniel Oliver.

Hemos reconocido a Jesús Neira y a Daniel Oliver su valor, su excelencia, en aquello que debería ser norma de conducta en una sociedad moderna. Ellos son excelentes porque nosotros somos mediocres, deficitarios. La mayoría de la sociedad todavía piensa que la violencia de género es un conflicto de pareja, que salvo que haya agresiones físicas y, a ser posible, públicas, no tenemos derecho de injerencia, no tenemos derecho de intervenir. Neira y Oliver son ciudadanos de nuestra sociedad del futuro, de nuestro ideal de conducta, son a quienes los que todavía no consideramos haber llegado íntimamente a la condición real de ciudadano nos gustaría parecernos. Porque representan la vanguardia de una sociedad todavía inmadura en la concepción de los derechos fundamentales y de los derechos civiles. Cuando un agresor se cree con la capacidad legítima de abusar de una persona, por muy pareja suya que sea, en plena vía pública; cuando existen ciudadanos que consideran que abusar de una mujer en el marco de una relación de pareja está equiparado a una discusión sentimental; cuando esto y otras muchas cosas ocurren, entonces es que todavía nos quedan décadas de violencia de género. 

Daniel Oliver y Jesús Neira nos han recordado que nos estamos equivocando, nos han iluminado el camino en la profundidad de nuestra ceguera, siéndole al uno arrebatada la vida y al otro gravemente lesionada por dos agresores que se sentían legitimados para hacerlo. La deslegitimación de la violencia por todos y cada uno de nosotros, en cada ámbito social, es el mejor tributo a ese reconocimiento que queremos hacerles. Si queremos avanzar como sociedad, comencemos deslegitimando las agresiones en nuestra propia casas, no permitamos los insultos entre nosotros, discutamos sin agredirnos, no nos descalifiquemos, no nos bañemos en chantajes emocionales. Ese pequeño paso, del que todavía estamos lejos, será el principio de ese camino que Jesús y Daniel nos están iluminando con sus valiosas y preciosas vidas.

(publicado en El Correo, 16 octubre 2008)

jueves, octubre 16, 2008

ABDUCIDOS POR ETA

Tenemos un problema con las víctimas de ETA. En realidad no es un problema con ellas, sino con nosotros mismos, con nuestra percepción.  El último ciudadano asesinado por ETA, Luis Conde de la Cruz, era un trabajador del Ejército, un militar. Desde que ETA comenzara sus asesinatos hace varias décadas, la población siempre ha sentido íntimamente que militares y policías eran objetivos naturales de la banda terrorista. Es decir, el mero hecho de llevar un uniforme les convierte en blancos a priori. Debido a esa percepción interiorizada en la población, será que no se han convocado manifestaciones de repulsa en las grandes ciudades españolas, que no se ha producido una masiva campaña de comunicación para decirle a ETA, asesina, que esto se ha acabado. Igual es por eso.

Cada vez que dejamos de convocar y de llevar a cabo una multitudinaria manifestación por una víctima asesinada estamos legitimando a ETA para asesine nuevamente al mismo perfil de víctima. Es duro asimilar esto y, francamente, es trágico escribirlo, pero es absolutamente cierto. Nosotros, la ciudadanía, quizá no lo tengamos claro, pero ETA es muy consciente de las diferencias. Por eso los atentados contra militares o policías son asesinatos de mantenimiento. En momentos de incertidumbre, ETA calibra el impacto de sus acciones mucho más que en aquellas etapas en que se siente fortalecida internamente. Cuando ETA percibe que dispone de los apoyos internos suficientes, que está más o menos controlando a sus bases y a sus distintos frentes y, sobre todo, cuando calcula que el momento político es propicio, sus asesinatos se diversifican. Por el contrario, un indicador de marejada interna en la banda terrorista es que cometa atentados de mantenimiento. Habitualmente estas acciones criminales de mantenimiento son artefactos explosivos contra centros oficiales o asesinatos de policías o militares.

En los atentados de mantenimiento ETA es un reflejo de nuestra propia percepción. La banda terrorista sabe que asesinar a un policía o a un militar es barato socialmente. Las bases de la banda no pondrán objeción, no efectuarán críticas internas sobre si es el momento para que ETA realice un atentado: para asesinar a un miembro de las fuerzas armadas o de seguridad siempre es el momento. Ésa es la percepción de la bases de ETA. Lo lamentable, lo que debería hacernos reflexionar, es que la ciudadanía tampoco reacciona de la misma manera, que también entiende, aun implícitamente, que no es lo mismo asesinar a un tipo de ciudadano que a otro. Como cualquier banda terrorista con vinculación territorial fuerte, ETA también modula el grado de presión social que quiere ejercer con cada atentado. La banda criminal es consciente de que el desgaste social por un atentado contra un militar es limitado, asumible, bajo.

No podemos permitirlo. Hay que despertarse. ETA está prostituyendo nuestras percepciones porque nosotros se las estamos regalando. El día que asesinaron a Miguel Ángel Blanco se produjo una reacción emocional masiva de la ciudadanía, sin precedentes, una respuesta elevada, de cargado contenido moral. También nos pusimos el listón muy alto en cuanto a lo que se espera de nosotros y, honestamente, tenemos que decir que nos hemos relajado, que no llegamos a nuestra propia marca.

La última vez que estuvimos cerca de ser lo que quisimos ser contra ETA cuando fue golpeada una de esas víctimas que consideramos menores como ciudadanos fue cuando la banda terrorista explosionó un coche bomba en la localidad oscense de Sallent de Gállego, en agosto de 2000. En aquella ocasión murieron dos ciudadanos, dos guardias civiles, Irene Fernández y José Ángel de Jesús. La respuesta de la población y su reflejo en los medios de comunicación estuvo por encima de la esperada para asesinatos en donde trabajadores de la seguridad pública están afectados como víctimas. La razón para esta diferencia era que Irene Fernández fue la primera mujer guardia civil que ETA asesinaba. La identificación de la población y, por tanto, su reacción emocional repuntaron sobre la condición de mujer de la asesinada. Ahí nos salió el proteccionismo patriarcal. Por los menos reaccionamos.

Tenemos que pararnos para reflexionar y para comprometernos. Hay que dejar las respuestas meramente emocionales y articular un verdadero movimiento ciudadano organizado de repulsa. Por supuesto, algunos entenderán que ese movimiento ya existe. No lo hemos visto desde luego en el último asesinato, o sea, que existe pero algo le falta. Entiendo que es cansado, que son muchos años y que las circunstancias no siempre acompañan. Sin embargo, lo único que puede funcionar contra ETA en términos de presión es que la presión sea constante, sostenida, siempre de la misma calidad. Si no, ETA se adaptará a la presión y calibrará en qué momento aprovechar nuestra vulnerabilidad perceptiva para asesinar a otro ciudadano, y así continuar manteniéndose porque ese asesinato no nos importa tanto como otros.

(publicado en El Correo, 12 octubre 2008)

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miércoles, octubre 15, 2008

BLOG ACTION DAY CONTRA LA POBREZA


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