jueves, octubre 16, 2008

ABDUCIDOS POR ETA

Tenemos un problema con las víctimas de ETA. En realidad no es un problema con ellas, sino con nosotros mismos, con nuestra percepción.  El último ciudadano asesinado por ETA, Luis Conde de la Cruz, era un trabajador del Ejército, un militar. Desde que ETA comenzara sus asesinatos hace varias décadas, la población siempre ha sentido íntimamente que militares y policías eran objetivos naturales de la banda terrorista. Es decir, el mero hecho de llevar un uniforme les convierte en blancos a priori. Debido a esa percepción interiorizada en la población, será que no se han convocado manifestaciones de repulsa en las grandes ciudades españolas, que no se ha producido una masiva campaña de comunicación para decirle a ETA, asesina, que esto se ha acabado. Igual es por eso.

Cada vez que dejamos de convocar y de llevar a cabo una multitudinaria manifestación por una víctima asesinada estamos legitimando a ETA para asesine nuevamente al mismo perfil de víctima. Es duro asimilar esto y, francamente, es trágico escribirlo, pero es absolutamente cierto. Nosotros, la ciudadanía, quizá no lo tengamos claro, pero ETA es muy consciente de las diferencias. Por eso los atentados contra militares o policías son asesinatos de mantenimiento. En momentos de incertidumbre, ETA calibra el impacto de sus acciones mucho más que en aquellas etapas en que se siente fortalecida internamente. Cuando ETA percibe que dispone de los apoyos internos suficientes, que está más o menos controlando a sus bases y a sus distintos frentes y, sobre todo, cuando calcula que el momento político es propicio, sus asesinatos se diversifican. Por el contrario, un indicador de marejada interna en la banda terrorista es que cometa atentados de mantenimiento. Habitualmente estas acciones criminales de mantenimiento son artefactos explosivos contra centros oficiales o asesinatos de policías o militares.

En los atentados de mantenimiento ETA es un reflejo de nuestra propia percepción. La banda terrorista sabe que asesinar a un policía o a un militar es barato socialmente. Las bases de la banda no pondrán objeción, no efectuarán críticas internas sobre si es el momento para que ETA realice un atentado: para asesinar a un miembro de las fuerzas armadas o de seguridad siempre es el momento. Ésa es la percepción de la bases de ETA. Lo lamentable, lo que debería hacernos reflexionar, es que la ciudadanía tampoco reacciona de la misma manera, que también entiende, aun implícitamente, que no es lo mismo asesinar a un tipo de ciudadano que a otro. Como cualquier banda terrorista con vinculación territorial fuerte, ETA también modula el grado de presión social que quiere ejercer con cada atentado. La banda criminal es consciente de que el desgaste social por un atentado contra un militar es limitado, asumible, bajo.

No podemos permitirlo. Hay que despertarse. ETA está prostituyendo nuestras percepciones porque nosotros se las estamos regalando. El día que asesinaron a Miguel Ángel Blanco se produjo una reacción emocional masiva de la ciudadanía, sin precedentes, una respuesta elevada, de cargado contenido moral. También nos pusimos el listón muy alto en cuanto a lo que se espera de nosotros y, honestamente, tenemos que decir que nos hemos relajado, que no llegamos a nuestra propia marca.

La última vez que estuvimos cerca de ser lo que quisimos ser contra ETA cuando fue golpeada una de esas víctimas que consideramos menores como ciudadanos fue cuando la banda terrorista explosionó un coche bomba en la localidad oscense de Sallent de Gállego, en agosto de 2000. En aquella ocasión murieron dos ciudadanos, dos guardias civiles, Irene Fernández y José Ángel de Jesús. La respuesta de la población y su reflejo en los medios de comunicación estuvo por encima de la esperada para asesinatos en donde trabajadores de la seguridad pública están afectados como víctimas. La razón para esta diferencia era que Irene Fernández fue la primera mujer guardia civil que ETA asesinaba. La identificación de la población y, por tanto, su reacción emocional repuntaron sobre la condición de mujer de la asesinada. Ahí nos salió el proteccionismo patriarcal. Por los menos reaccionamos.

Tenemos que pararnos para reflexionar y para comprometernos. Hay que dejar las respuestas meramente emocionales y articular un verdadero movimiento ciudadano organizado de repulsa. Por supuesto, algunos entenderán que ese movimiento ya existe. No lo hemos visto desde luego en el último asesinato, o sea, que existe pero algo le falta. Entiendo que es cansado, que son muchos años y que las circunstancias no siempre acompañan. Sin embargo, lo único que puede funcionar contra ETA en términos de presión es que la presión sea constante, sostenida, siempre de la misma calidad. Si no, ETA se adaptará a la presión y calibrará en qué momento aprovechar nuestra vulnerabilidad perceptiva para asesinar a otro ciudadano, y así continuar manteniéndose porque ese asesinato no nos importa tanto como otros.

(publicado en El Correo, 12 octubre 2008)

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